El optimismo es una actitud mental que se caracteriza por ver el lado positivo de las cosas y creer que se puede hacer que las cosas salgan bien. Es una tendencia a tener pensamientos positivos y a creer que hay algo bueno en todo, más sin embargo la esperanza es el eje que da sentido y temple a la vida del hombre. La esperanza es el armazón de la existencia del ser humano en el tiempo.
La primera dimensión de la esperanza es el optimismo.
No hay esperanza sin optimismo, es decir, si no se entiende que existe un futuro por alcanzar que es mejor que el presente; también al revés: el único optimismo legítimo es el que mora en la esperanza, porque conformarse con las quiebras de la situación sólo es propio de hombres tímidos y desilusionados. Ser optimista sin esperar equivale a detenerse en una llanura sin relieve; en el fondo, es un modo tonto de consolarse, como pone de manifiesto un dicho inglés, según el cual, el optimista sostiene que estamos en el mejor de los mundos posibles; el pesimista es el que cree que eso es verdad.

En la aparente paradoja de este dicho se muestra un optimismo que no es fiel a sí mismo, es decir, ajeno a la esperanza. Según la filosofía de Leibniz, este mundo es el mejor de los posibles. La postura leibniziana es un claro ejemplo de optimismo pesimista. El optimista esperanzado rechaza la idea de estar en el mejor de los mundos posibles, porque en ese mundo no hay nada que hacer; es decir, no es posible mejorarlo.
Curiosamente, Leibniz es el primer autor que habla del progreso, es decir, de la existencia de la mónada como despliegue inacabable de sus atributos. Sin embargo, en este planteamiento se anula la novedad que implica el futuro, puesto que los atributos de la mónada están precontenidos en la sustancia.
Así pues, el verdadero optimismo no es un optimismo cualquiera, sino el abierto hacia el futuro. Ello comporta ponerse a prueba en la aventura de buscar un nuevo estadio de la vida superior al actual. El que vive la esperanza afirma que estamos en un mundo mejorable, y por eso no se instala en el presente, sino que emprende el trayecto que conduce a una meta. El mejor de los mundos posibles está cerrado a los proyectos humanos; es un ámbito para jubilados, sin historia, sin innovación. Por eso he dicho que la esperanza es el armazón del existir humano en el tiempo: para ponerse en marcha con sentido es menester avistar alguna ventaja a nuestro alcance, pero todavía no alcanzada. Esto tiene que ver con la palabra existir: sistere extra, salir. Salir de qué? Del inmovilismo, de la pretensión de detenerse en lo que se estima bastante, suficiente, y rechazar también la interpretación del tiempo como mero transcurso.
Como ingrediente de la esperanza, el optimismo implica insatisfacción, no conformarse con lo dado. Por eso, la esperanza se corresponde con un modo de temporalidad vivida que es el crecimiento, por completo distinta de la idea de transcurso. Crecer es el modo más intenso de aprovechar el tiempo, es decir, de ponerlo al servicio de la vida. Conviene señalar que el hombre es capaz de un crecimiento irrestricto, superior al crecimiento orgánico por pertenecer al orden del espíritu; dicho crecimiento es interior a las potencias más altas: la inteligencia y la voluntad. El optimismo esperanzado se basa en este tipo de crecimiento que, por irrestricto, es posible en todas las etapas de la vida humana.