El Tiempo no se agota.
En un entorno empresarial saturado de discursos sobre innovación juvenil, tecnología y rapidez, los emprendedores maduros suelen sentirse fuera de lugar. Muchos de ellos cargan con la frustración de no haber alcanzado el éxito “a tiempo” y sienten que sus oportunidades se van reduciendo. Sin embargo, la historia empresarial demuestra una y otra vez que la madurez no sólo es compatible con el emprendimiento, sino que es, en muchos casos, su mejor aliada.
La experiencia acumulada a lo largo de los años —los fracasos, las pequeñas victorias, los aprendizajes duros— conforma una sabiduría que ningún curso en línea puede ofrecer. Quienes han vivido la inestabilidad del mercado, la presión de sostener una familia y las noches sin dormir sabiendo que hay cuentas por pagar, tienen una resiliencia invaluable. Y esa resiliencia es el núcleo de cualquier empresa que busque sobrevivir en el tiempo.
Ray Kroc, quien transformó McDonald’s en un imperio global, tenía 52 años cuando tomó esa decisión. Harland Sanders, el “Coronel” del pollo frito, fundó KFC después de los 60. Lo que estos ejemplos tienen en común no es sólo el éxito tardío, sino la capacidad de resistir, reinventarse y avanzar cuando otros habrían tirado la toalla.
En la madurez también se afina la intuición. El emprendedor de más de 45 años ha aprendido a leer entre líneas, a identificar oportunidades escondidas y, sobre todo, a elegir con mayor claridad en qué proyectos invertir su tiempo y su energía. Mientras otros corren detrás de cada nueva tendencia, él o ella puede construir con paciencia y propósito.

El reto es psicológico más que técnico: el emprendedor maduro debe librarse del prejuicio de que ya es “demasiado tarde”. Porque no lo es. El tiempo no se ha agotado. Al contrario: cada día que se levanta con la convicción de intentarlo otra vez es una victoria contra el miedo y la resignación. Tal vez la etapa más brillante no ocurre en los veinte, sino cuando ya se ha vivido lo suficiente como para entender que el éxito no es un golpe de suerte, sino la suma de todas las veces que uno se negó a rendirse.